Oma

Amaury Veira Huerta

A Oma.

          La fotografía siempre hablará de la muerte. Siempre hablará del tiempo y del transcurso del tiempo en el espacio y en la vida, habla sobre el pasado e inclusive lo forma, le da estructura, y aunque mienta, es un documento que nos permite seguir adelante.

          Si la fotografía construye nuestro pasado y en esa construcción nos confronta al futuro, una pregunta se ancla en mí ¿cuál es el papel de la fotografía cuando estamos a punto de morir?

          Mi abuela, Oma como la llamamos, tiene un buen tiempo aprisionada en la cama que seguramente será también su lecho de muerte; con grandes altibajos ha pasado ahí los últimos años en una decadencia palpable e irremediable. Con su vista pobre es el transcurso de este tiempo un juego de luces y sombras sin forma, de voces, de visitas y sobretodo de recuerdos; ella ha tenido la oportunidad, una oportunidad que quizá pocos tengan, de esperar la muerte con el tiempo suficiente para analizarla y enfrentarla como el único paso posible que le queda vivir.

          Nadie es capaz de definir lo que sucede en este último momento, pero a mi me llena de interrogantes que no soy capaz de preguntar y frente a los cuales mis únicas respuestas son conjeturas. Entre todos los cuestionamientos me inquieta en particular la manera en la que Oma hace memoria de lo que vivió, me pregunto hasta qué punto la fotografía influye en sus recuerdos y los hila formando su historia de vida. En un momento en donde la imagen tiene tal significado, me parecería normal atesorar las fotografías como lo único valioso que nos queda; son el símbolo de nuestra gente y de nuestro paso por el mundo, el símbolo de que un día amamos, de que un día lloramos, un día viajamos y un día vamos a morir. Para ella el dilema es aún más complicado pues con un pobre sentido de la vista hace memoria de las imágenes, no las ve, recuerda el recuerdo y juega con él doblemente, lo modifica doblemente; somos testigos, hijos y nietos, de alguien a quien solo le quedan un montón de recuerdos transfigurados.

          En los últimos tiempos mi abuela ha comenzado a decir que sus acompañantes cotidianos son personajes del pasado que ya han muerto, para ella, ellos están ahí (su madre, su esposo, etc.), como si éstos hubiesen roto la barrera de la memoria, del marco de la imagen, del tiempo y del espacio para acompañarla en el confuso momento en donde quizá la fotografía ya no es capaz de brindar un consuelo justo. No puedo dejar de preguntarme si estos personajes encarnan a cierta edad, en cierto momento, si su vestir es el mismo que el que portan en alguna fotografía antigua; no me sorprendería que así fuese, porque la fotografía aprisiona la esencia que deseamos de las personas. Muchas veces recordamos en imágenes porque éstas son lo que queremos recordar de ellos y de nosotros mismos.

          Al hacer yo retratos de Oma en medio de este momento no gano respuestas, pero me sorprende encontrar detalles simbólicos una y otra vez en las imágenes: reflejos y transmisiones en el televisor de gente sin rostro, las miradas de los que aún estamos aquí perdidas ante la presencia de alguien que nos ha rebasado en lo que somos capaces de simplemente imaginar, miradas de nostalgia, de temor y de inmenso cariño y a ella misma, siempre tan apacible, recordando.

Septiembre 2009 (Oma murió en agosto 2011)