Bajo la luz de las estrellas

Alfredo Frías
   Se metió por el costado de la ruta, cansado, para buscar un lugar en el cual refugiarse. Hacía rato que había salido, por suerte nadie lo había visto; eso le dio un respiro. El monte era bastante fresco durante el día, la noche seguramente habría de ser más dura, sobre todo por las sombras.
   Siguió corriendo para asegurarse la distancia, y aunque nada fundaba una distancia real, certera, la posibilidad le daba la fuerza suficiente para seguir el ritmo que venía manejando. Siguió un trecho prolongado, pero antes de que el corazón le explotara y le manchara de sangre y demás restos el interior del tórax, se detuvo y se inclinó para apoyarse en un tronco que le permitió descansar y respirar más pausadamente. Aspiró por la nariz y exhaló por la boca, de manera que el aire le refrescó los sesos, permitiéndole pensar más allá de lo automático de su andar. Acto seguido: el cansancio lo desplomó en el suelo pero no le permitió dormir por un insoportable y largo rato 
   Ahora estaba en lo alto, lo más alto que había estado nunca antes. Era ya de día y podía ver todo a través del cubo de cristal en el que estaba encerrado: el cielo era azul, luminoso, las nubes gordas, esponjosas y la vegetación de abajo, bien abajo, resplandecía en los verdes más vibrantes que la luz podía crear. En un momento los verdes se empezaron a acercar al cubo abruptamente mientras el azul seguía en el mismo lugar, la caída era cada vez más fuerte y su cuerpo empezó a elevarse dentro del cristal. Con los ojos desorbitados y el torso ya fuera de la cápsula se prendió a los bordes cortantes para seguir aferrado a ella, mientras pensaba: ¿Cuál es la diferencia entre caer aferrado al cristal, desplomarme junto con el contra el suelo y soltar el cristal para desplomarme luego de él, sobre él y contra el suelo? La situación era cada vez más vertiginosa, aflictiva hasta el punto de la enajenación gestual, como si estuviera en ese mismo instante en una montaña rusa, una montaña rusa babilónica y con un solo movimiento, en picada, sin estructura alguna para sortear el inevitable futuro inmediato.
   Un ruido apabullante sonó no muy lejos.
   Aturdido levantó la cabeza; era de noche y estaba ya estrellado en el pasto. Ileso.