Esta es la historia de Penny y Will Robinson, y el doctor Smith y un robot computadora de reconocimiento ambiental, pero también están papá y mamá Robinson, la hermana Judy y el mayor Don West. Ocho personajes en un viaje más que curioso hacia los misterios y los confines del tiempo. Una foto de Fernando Pessoa flota sin gravedad sobre los comandos del Júpiter II, nave interplanetaria en la que viaja la familia Robinson, cuyo rumbo a la constelación Alfa Centaury se ve circunstancialmente afectado por el sobrepeso que ocasiona en la nave un insospechado polizón, el Dr. Zachary Smith, quien además de ser un espía saboteador del proyecto espacial de Alfa Control es un puerco despojo de ética humana. Corre el año 1997, y el premio Nobel de la Paz Julián Weich riega los helechos del jardín global entre coriáceas y saurios. Hace buen tiempo en Buenos Aires en diciembre. Tenazmente el calor ayuda a olvidar o posponer viejas y tenaces disputas respecto a quién es el mejor trompetista del momento. Gonzalo dice que Clifford Brown; Titilini que Dizzy; Amarito que Miles Davis, y Selena, -que no entiende mucho pero aprovecha a citar un disco de su padre-, se inclina por Howard McGhee. Estamos hablando por supuesto de diciembre de mil novecientos cincuenta y nueve. San Lorenzo de Almagro es el flamante campeón del fútbol argentino. Pero ahora: 1997. No distraerse. Esta es la historia de cuatro personajes absolutamente olvidables, a no ser por el gran mensaje final que encierra como moraleja, enseñanza cívica y conclusión ética. O sea que aquella noche en ‘Los Dos Teros’, la cueva del jazz enclavada en el páncreas de San Telmo… esperá, esperá, ¿no te habrás tragado lo del mensaje final la enseñanza cívica la moraleja y la conclusión ética, no?, bien, en ‘Los Dos Teros’, te decía, a partir de las nueve de la noche snack bar y combo de jazz: Dizzy Gillespie All Stars en Buenos Aires, o sea que Gonzalo, Titilini, Amarito y Selena, de cabeza a ‘Los Dos Teros’. Lanzamiento intergaláctico en otro plano de tiempo: el Júpiter II, una nave a prueba de domingos, el sueño de todo astronauta más o menos introvertido. ¿Cómo se imaginaban el ’97 en el ’59?... (Qué feo suena en números), perdón: el noventa y siete en el cincuenta y nueve. Un poco mejor.
¡Dios! y un mundo que no quiere inventar respuestas que lo saque de la atmósfera. ‘Algo escuché que iban a hacer con la atmósfera en el próximo número’, comenta Titilini como en secreto. ‘Será Dizzy Atmosphere’, tonto, dice Amarito. La banda sale sin embargo con ‘Blue’n’Boogie’: Stan Getz, Jay Jay, Louis Hayes, saxo tenor, trombón, batería, metales ardientes en colisión con la atmósfera candente de Sunev, la galaxia de Xia Gala. Nadie se acuerda ahora de la apuesta que Titilini había hecho a Amaritode conquistar a Selena, que sorpresivamente ha dejado el secundario porque no le parecía sincero continuarlo. Una sinceridad a prueba de domingos. Ellos universitarios, ella ex alumna del normal, ‘normal’, qué bruta palabra, pero bueno: mil novecientos cincuenta y nueve, curioso cuarteto fundador del Flash Gordon Buenos Aires Fan Club. Otra vez en la luna, aun enamorado, siempre enamorado. Sigo: creo que imaginaban un noventa y siete demasiado mecanizado como de hecho lo son hoy algunos supermercados de la zona norte, claro que ninguno de ellos tenía idea de cuánto iba a cambiar lo esencialmente humano. Nada en absoluto.
- A veces me pregunto -Selena interrumpe un irrecuperable espacio de silencio- cómo podés escribir, mirar la televisión, escuchar música, garabatear hojas en blanco y leer la revista del diario del domingo, todo al mismo tiempo.
-Yo solo me pregunto cómo puedo leer la revista del diario del domingo.
-Veamos, dice Selena, Hay tres razones para viajar en la máquina del tiempo, pero vos solo podés darme una, una razón, un año, una fecha de ese año y a viajar.
Pienso unos segundos mirándola como si los relojes no existieran. El tiempo en que la miro no transcurre en el tiempo real. La hora del teléfono se detiene en tranquilos cables obsoletos que duermen bajo el pasaje Arizona.
-¿Estás haciendo un crucigrama o me lo preguntás por?
-Te lo pregunto por, dice con esa mirada no adulterada en treinta y siete años.
-Entonces es fácil: la razón sos vos.
Se equivoca y sonríe.
-¿Ataque de romanticismo, señor?
-La razón sos vos, repito confiado como cuando tengo el as de espada. Volver a mirar por primera vez esa mirada. El año podría ser… sí: mil novecientos cincuenta y nueve… y la fecha… la fecha tendría que ser una fecha a prueba de domingos.
-Un lunes entonces.
-Sí, un lunes.
Y ahí estamos. Lunes catorce de diciembre de mil novecientos cincuenta y nueve. Las ocho de la noche pasadas. Un calor desconocido, fundacional. El señor Porterini apostado con su disfraz lacre en la puerta de ‘Los Dos Teros’. Selena entra primero, el paso cedido por todos, alfabéticamente: Amarito, Gonzalo y Titilini, los tres siempre apestando a tabaco que intentan disimular con agua de lavanda Fulton prodigada a chorros. Sillas tapizadas de pana ordinaria brotan como calas de la escalera que desciende a la oscura nube de humo. Vaya ocurrencia un snack bar holandés bajo tierra en Carlos Calvo y Chacabuco. Suena el jazz furibundo con la velocidad del bebop. ‘¡Un mesero, qué fino che!’, oigo la vocecita mientras nos acomodan frente a un escenario como para títeres. Velas en la mesa. Los tres mosqueteros y Selena. A veces en aquella época solía oír unas campanas de escuela al mediodía, nunca quise saber. Sencillamente cerraba los ojos, escuchaba. Percibía un sentimiento en esas campanas a plena luz de la mañana. Una cursilería, de acuerdo. Pero auténtica. Dizzy de repente grita ¡Mama África! y la trompeta atraviesa una diagonal en el espacio rumbo a la galaxia Alfa Centaury. Sobre el camino del jazz la familia Robinson vuela contra una furiosa lluvia de meteoritos. Momentos dramáticos realmente. Esa tragedia no hubiera ocurrido si no fuera porque el Dr. Smith viajaba de polizón en la bodega. Su peso no calculado en el plan de vuelo desvió la nave varios miles de años luz de su ruta. ¿Cuál hubiera sido el destino del Júpiter II de no haber mediado este hecho?, muy aburrido: hubiera llegado a Alfa Centaury. De la manera en que ocurrió, todos están ahora perdidos en el espacio.
-Quiero un Limado Flit en las piedras, dice Selenita mirando la carta.
-Es muy fuerte, dice Gonzalo.
-Acido muriático, asevera Titilini.
-¿Ya sos mayor de dieciocho?, pregunta Amarito echando leña al fuego.
-¿Te parezco una mocosa?, dice Selena.
-Yo no lo dije, vos lo dijiste, sonríe Amarito llamando al mozo.
Los tres mosqueteros guardianes. Inútiles discusiones, sobreprotección patriarcal guardabosquista. Más tarde llega el vaso largo con el Limado Flit y nadie se anima realmente a impedir que Selena lo tome. Ellos también han pedido tragos, pero más varoniles, como el Florero Rojo de Gonzalo, el Kamikaze Japonés de Amarito, y el Saratoga Ice de Titilini. Pero ellos son grandes, ella en cambio es una niña por mucho que lo disimule. Diecisiete años, si los tiene. Me lo crucé a Jay Jay al salir del baño y me saludó, dice Titilini volviendo a su asiento, y se acomoda más cerca de Selenita, casi muslo con muslo. Ladys and gentelman, exclama Dizzy, The next tune is… Maaaaantecaaaa!, y mientras la nave es azotada por una tormenta de meteoritos, el Dr. Smith despierta al mayor West y este despierta a la familia Robinson de su animación suspendida, y a su vez se despiertan las sospechas ante la inesperada presencia del viajero que ni siquiera es un polizón sino un canalla saboteador, aunque aun no lo sepan. Pero qué sería la vida sin esos canallas. A la humanidad le repele el bien: hombres malos, fuertes, cagadores.Una muestra ominosa de la inmadurez del hombre es hacerle creer a los demás lo feliz que es, lo bien que se siente consigo mismo. Un tema que en los sesenta y setenta era embrión del arte, la literatura, el teatro, el cine. ¿Dije sesenta, setenta?, ¡cualquier época de la historia!. Pero volvamos a mil novecientos cincuenta y nueve, ¡San Lorenzo de Almagro campeón!, ¿ya te lo conté?, los percusionistas de Dizzy dibujaban ahora rombos violetas y espirales anaranjadas y plateadas y se entregaban al ritual de asumir sus votos de música como cualquier otra prenda de sacrificio. Selena se reía se reía se reía y no podés reírte así en nuestras narices sin que nadie te explique que así no te podés reír. No importa, solo importa tu piel, tu piel de mujer, la más valiosa de todas las pieles, la más cara y valiosa, mil veces superior al armiño, el zorro plateado, la chinchilla, esos bichitos de Dios que solo una bestia infame puede destripar para convertir en abrigo, la piel de Selena y nada más, ningún otro bichito, lo juro: el universo me sería dado luego por añadidura. Vivo en la luna, es cierto, lo confieso. Vuelta al Júpiter II, ¿Y éste de dónde salió?, preguntan todos asombrados. El mutimediático Dr. Smith se defiende verborrágico, rata que es, y trata de convencer a los demás para no continuar rumbo a Alfa Centaury. De hecho el sabotaje es solo el principio de su plan, es decir del plan de quienes lo contrataron, porque el cínico Dr. Smith a fin de cuentas no es mas que un mísero esbirro al servicio de unos cuantos billetes. Penny, la menor del grupo, se dirige al Dr. Smith en un tono que no da lugar a las tan posmodernas multiinterpretaciones lingüísticas: ‘Es usted un verdadero canalla doctor Smith, no solo ha puesto en peligro su vida y la de todos nosotros, sino que además trata de persuadirnos de no continuar nuestro viaje a Alfa Centaury’. Todos mudos unos instantes. ‘Es cierto’, dice papá Robinson. ‘Sí’, dice mamá Robinson. ‘¿Pero cuál es la propuesta?’, dice Will. Will es el más avispado de la nave. Es un niño muy pequeño, pero conoce el paño. Intuición cósmica que le dicen.
Dizzy grita ¡Good Nite! después de haber soplado una hora y media como un asno, y la muralla de aplausos se nos cae encima, cuidado, un pie del camarero se engancha con el zapato de Titilini, se tambalea un segundo pero recobra el equilibrio sin que se le caiga una sola copa mientras el local entero suspira ‘Uhhhhh’, y Dizzy que lo vio todo sonríe murmurando bajo su mano ‘A bargain, man’, y ya estamos otra vez en la calle, el aire es menos tibio que en ‘Los Dos Teros’, como al salir del subte. Los tres mosqueteros llevan a Selena a su casa. El káiser carabela del papá de Titilini, manejado por él, naturalmente, y Selena de acompañante. En el asiento trasero, hundidos, olvidados huevos prehistóricos mullidos por la ausencia, Gonzalo y Amarito cabecean viciando el aire con humo de cigarrillos 43. Selena vive con sus padres en una sencilla casa celeste de la calle Canalejas. El káiser carabela nunca se rompía y de hecho no se rompió aquella noche frente al Hospital de Piedras Grises. Simplemente se quedó sin nafta. Raro eso en Titilini, él que lo calculaba todo y todo estaba siempre bajo su control, caminaba ahora con un bidón aferrado a su mano derecha, y junto a él un adormilado Gonzalo, dos gatos chuecos en busca de alguna estación de servicio en la avenida Díaz Vélez. A esas horas. Y en aquella época. Amarito aun no se ha enterado de nada. Duerme profundamente feliz en el sofá trasero del káiser carabela que ahora es todo suyo. Selenita se cansa de escuchar la radio sentada, es muy inquieta, y como te imaginarás se bajó hace rato, pero antes sustrajo un 43 de la camisa del bello durmiente. Camina. Pasitos nerviosos, se detiene. Va y viene desde el guardabarros del auto hasta la puerta de un edificio dormido, apoya suavemente la punta del zapato y vuelve, sienta la cola en el guardabarros un segundoy de nuevo hasta la puerta. Hace calor de verdad. Buenos Aires en diciembre puede ser un gigantesco horno de pizza. De repente la radio del káiser carabela pierde la onda por alguna interferencia. En el ínterin se oye nítidamente el llanto de un bebé. Regresa la onda radial y los parlantes continúan emitiendo publicidades de papeles matamoscas, insecticidas y espirales. La intermitencia entre sonido y falta de sonido despierta al bello durmiente, que de inmediato ve la piel, esa piel, sola para él, cerca, a su alcance, se aclarara la garganta antes de preguntarle ‘¿Qué hacés ahí afuera?’, ignora lo que pasó, adónde fueron sus rivales, qué importa: creer o reventar. Bajó del auto, encendió un cigarrillo y le convidó rápidamente a Selena pero vio que ella estaba fumando uno igual. ‘Cómo roncás’, dijo ella con esa miradita que no se adulteró en treinta y siete años. ‘No roncaba’, dijo Amarito, ‘¿Ah no?’, ‘No. Pero por lo visto te lo creíste’. Selena aguanta la seriedad dos segundos y estalla a carcajadas a centímetros de la nariz de Amarito, no, no, no podés reírte así, pará por favor, ¿no te explicaron?, Amarito piensa echándole el humo a la cara. ‘¡Más calor no!’, ríe la risa que ríe, y él le echa más humo y ella más risa. Otro bache de silencio permite oír el llanto del bebé. Ambos miran instintivamente hacia arriba. Tres ventanas iluminadas en el último piso del Hospital de Piedras Grises. ‘Qué pulmones el nene’, reflexiona Amarito. ‘Son las ventanas de la maternidad’, dice Selena con los ojos fijos en esa dirección. ‘Lo más sensato ahora es no discutir sobre el futuro rumbo del Júpiter II sino evitar estrellarnos contra los meteoritos’, dice el mayor West. Todos corren a sus butacas a ajustarse los cinturones. El robot computadora de reconocimiento ambiental gira loco bamboleando sus brazos de goma plateada. Fue programado por el Dr. Smith antes del despegue para destruir el Júpiter II. Claro que el Dr. Smith no pensaba estar a bordo de la nave para entonces. Como ya sabemos, un contratiempo anodino hizo que la nave despegara sin que él tuviera chance de abandonarla. Gritos de Judy ¿qué ocurre? ‘¡El robot, el robot ha enloquecido, quiere matarnos a todos!’. Aparece el robot emergiendo del ascensor distribuidor del Júpiter II. Todos saben que el Dr. Smith es el responsable de la programación del robot. ‘¡Desactívelo Smith!’, gritan los tripulantes de la nave. Ignoran que él es precisamente el saboteador, el mismo Smith que ahora está tan asustado como los demás, porque el peligro que sembró lo amenaza igual que al resto. En la confusión desaparece la fotografía de Fernando Pessoa que ahora queda flotando cerca de un viejo asteroide usado como faro durante las campañas de la guerra tibia. Y afuera del Júpiter II prevalece la tormenta de meteoritos. El grito del bebé no volvió a escucharse, es decir, ellos no volvieron a escucharlo porque se fueron caminando por la calle del Hospital de Piedras Grises. Selena vivía cerca de ahí, no tenían que esperar a que el marmota de Titilini volviera con la nafta.Una calle empedrada, los faroles con la guarda de cristal blanco, similares al sombrero de Lester Young, encendidos en el chocolate pegajoso de la noche decembrina, las voces suenan con todo su brillo de silencio. ‘Bueno, llegamos’, dice Amarito que conoce bien la casa celeste. ‘Bueno, chau’, dice ella sabiendo que él va a decir ¿Cómo chau? y ella haciéndose la desinteresada le dirá ¿Queda algo más para conversar?, lo cierto es que Amarito dice ‘Chau’y se va tranquilamente. Ella necesita verlo alejarse veinte metros sin darse vuelta ni una sola vez para animarse por fin a llamarlo con un chiflido, porque ella chifla, y hacerlo volver –y él vuelve como si nada- con esa cara a prueba de domingos aunque ya sea martes.
-Me olvidé las llaves, dice ella, Y no quiero tocar timbre a esta hora. Vamos a tomar un café a Rivadavia.
Fíjense cómo lo dice: ¿Me acompañás a tomar un café a Rivadavia? ¿Vendrías a tomar conmigo un café a Rivadavia?, ¡NO!: ‘Vamos a tomar un café a Rivadavia’. Vamos.
Amarito esboza una muda sonrisa de justicia. Gané, gané, gané, y que Titilini se meta el káiser en el... Ella a veces los agarraba, quiero decir, de la mano o del brazo, a él, a Titilini, y a Gonzalo también, pero siempre había alguno de ellos presentes, testigos legitimadores del amistoso contacto físico, los besos en las mejillas, los abrazos, las caricias, las palmaditas cariñosas. Ahora estaban solo ella y él, y ella lo tomó del brazo, su brazo, y en la presión que ejercía la pequeña mano él sintió un sentimiento liberado, manifiesto, y si ella no apoyó también su cabeza sobre el hombro de Amarito no fue por otro motivo que por los treinta y dos grados que marcaba el termómetro porteño aquella madrugada.
Él lo percibió, no era tan tonto ahora que lo piensa, y se creía tan mayor, qué estupidez. Comenzaron a caminar más despacio, haciendo zigzag por el empedrado, sabían perfectamente por qué se demoraban, y al pasar sobre el tren del oeste vieron a un borracho que escupía o derramaba alguna sustancia desde el puentecito de hierro, amanecía entre las luces amarillentas de los taxis y colectivos, el café en Rivadavia es un bar que ya no existe, grandes ventanas de guillotina, la palabra BAR escrita sobre un semicírculo, letras doradas en bordes negros, ¿puedo quedarme otro rato ahí? ¿me das por favor unos segundos más? Selena dice ‘NO’, y sonríe y me doy cuenta que no dejó de hojear la revista del diario del domingo mientras yo le contaba como un imbécil. Sobre la mesa el cuaderno borrador lleno de palabras tachadas, flechas, globos envolventes, subrayados, la dichosa conferencia sobre posmodernidad en los nuevos estados africanos. Una ignominia realmente. Pero si te ganás la vida como sociólogo (y no sos de los que se producen sus propios programas por cable auspiciados por algún lubricante sexual), no te queda otro remedio que coincidir o por lo menos no disentir demasiado con tu empleador, es decir, el atorrante que primero te dice ¿Querés ganarte unos miles de mangos en un segundo?, y después pasa una montaña de arena en un reloj de tiempo muerto, ¡me cago en esta conferencia!
-Ese es un pensamiento muy poco digno de usted, Capitán Blood, dice Selena.
Solo cuando está de buen humor me llama Capitán Blood.
Es el que gobierna, divina mía, el que nos conduce a las barbaries originales, el cartel del alma marketing, la eterna creación de miseria como principio activo de las fuentes de trabajo, piramos sin retorno. Pero ella no me escucha, me ama en el pasado y el presente, me ama en la vida y me amaría en la muerte, pero no me escucha, distante siempre, más allá, ‘Amar’, me llama en la oscuridad, como verán yo soy Amaro, no quise decirlo antes para preservar la objetividad. Bien, olvídense. Ahora Selena pasa frente al televisor justo cuando el profesor Robinson flota afuera del Júpiter II ¿qué hace ahí con ese traje de astronauta plateado? ¿desactivaron al robot? y me perdí la tormenta de meteoritos, ah ya entiendo: el profesor Robinson salió a arreglar una antena del Júpiter II. Seguramente dañada por los meteoritos. Vean al profesor cómo nada, bracea, flota liviano en el espacio, solo lo une a la nave una cuerda que a propósito comienza a deshilacharse, momento de gran tensión, y se corta justo cuando el profesor ya casi lograba entrar a la nave. Eso sí que es mala suerte. Selena se detiene exactamente frente al televisor, al principio no me molesta porque no me doy cuenta que se detuvo ahí adrede. Le pregunto por qué se detuvo justo delante de la pantalla. Dice que para comprobar si realmente miro la televisión aparte de escribir la maldita conferencia, escuchar música, garabatear el borrador y pasar las hojas de la revista del diario del domingo mientras a ella se le va toda la tarde con las palabras cruzadas.
-¿Qué es?, saliendo de la pantalla Selena se recuesta plácidamente en el sofá y se queja de algún achaque articular que no le creo.
-Un video de una serie de ciencia ficción de los sesenta.
-¿Puedo preguntar dónde conseguiste eso?
-Me lo prestó un alumno que dijo que podía servirme para encontrar las raíces de la posmodernidad.
-¿En una nave espacial en blanco y negro?
-Es una estupidez, lo sé. En toda la historia humana cada modernidad tuvo su posmodernidad…supongo que es la resaca que sigue a un período de cambios sociales, políticos y económicos muy profundos…
-¿Es lo que vas a decir en tu conferencia?
-No. Ni siquiera sé si es lo que pienso.
-¿Los tomates son frutas, no? ¿o verduras?
-Hortalizas, creo…
-Vos siempre creés.
-¿Está mal?
-No, qué se yo, al menos en estos tiempos.
-¿Estos tiempos?
-De desintegración filosófica, sonrió Selena con un puchero fugaz.
La miré con seriedad.
-¿Sabés que podrías escribirme la conferencia?
© 1997 Mariano Levat