Un amor escuálido.
Tres elementos que corroen el alma.
Apuntes sobre El Dorado de Marcel L´Herbier

1. Un drama arquitectónico. Un drama que sucede en el uso expresionista de la arquitectura: los lugares poseen tramas geométricas, aparecen deformados, muy contrastados en la iluminación, desaparecen o se reducen a un elemento icónico a partir de un detalle que por momentos es capaz de decirlo todo. Incluso los vestidos de las mujeres son como escaleras escherianas, paños tornasolados o entradas a mundos de ensueño.
2. Un drama de los ojos. Un drama que sucede también con los ojos: las sombras negras hechas por el maquillaje, la intensa actividad de las miradas, las mil direcciones de los pensamientos que vemos en esa efervescencia ocular no dejan lugar a dudas: esto es una tragedia. Y esperando a la mirada, además, están las sombras, que nunca mienten porque la luz nunca miente. 
Los encuentros y paseos en el paisaje libre y claro de La Alhambra (nunca se había filmado una película en esa voluptuosa ciudad andaluza) por un lado, y el profundo interior del cabaret andaluz por otro, pautan un contrapunto que se resuelve en esta constatación: para Sibilla, "casa" es ese lugar en la penumbra, tras bambalinas, esa húmeda habitación donde agoniza su hijo bajo el peso de una cruz  a escala (sobre)humana. Casa es el atrás de todo, la negrura de la luz, la oscuridad del show. El otro lado de la tela.  
La sombra además trafica no solo con lo blanco de la luz, sino que también es el otro lado de un color: L´Herbier utilizó tintas para darle aún mayor expresividad a la historia de Sibilla. Así, los fotogramas se convierten en serigrafías verdes, rosas, naranjas, amarillos, azules, etc. que anuncian el tono de la escena que se desenvuelve (promesa o amenaza).
Esta especie de realismo mental, o emocional más bien, también se construye con huidas del corazón de los personajes hacia el fuera de foco, con velos que tapan, distorsionan, corroen las superficies, con deformaciones y con momentos de espera, reflexión, parálisis y pestañeo teatral. Momentos de una incertidumbre vana, ilusoria, ya que lo que mueve a esta historia muda es la fatalidad.
3. Un drama de un ruido. Toda duda concluye cuando aparece, como la presencia marcial de lo tanático, el sonido de unas castañuelas que no ceden hasta aniquilar lo que sea que se mueve: el sonido de la agonía del chico, el sonido de una procesión en las calles (el himno público al martirio), el sonido del latido del corazón de Sibilla que se abandona a sí mismo; el sonido -en fin-  del destino, con ese ritmo exacto e implacable de lo que no dialoga con lo que se agita en lo vivo.



El Dorado
(Francia, 1921) [B/N, 100 m. muda]

Ficha técnica:
Dirección: Marcel L'Herbier.
Guión: Marcel L'Herbier, Dimitri Dragomir.
Fotografía: Georges Lucas, Georges Specht.
Música: Marius-François Gaillard.
Vestuario: Alberto Cavalcanti.
Decorados: Louis Le Bertre, Robert-Jules Garnier y Jaque Catelain.
Productora: Gaumont, série Pax.

Reparto: 
Eve Francis (Sibilla), Jaque Catelain (Hedwick), Marcelle Pradot (Iliana), Philippe Hériat (Joao, le bouffon), Claire Prelia (La comtesse suédoise), Georges Paulais (Esteria), Édith Réal (Conception), Max Dhartigny (Le patron de l'El Dorado), Émile Saint-Ober (L'aveugle), Jeanne Bérangère (Flore).

Sinopsis: 
Una bailarina española que dedica todo lo que hace en la vida al bien de su enfermizo hijo, ama en secreto a un pintor escandinavo prometido a una acaudalada española. La bailarina decide entregar su hijo a la pareja para suicidarse después de haber sufrido la violación de un hombre al que no deseaba.